jueves, 22 de octubre de 2009

Contaminación.

Llegas a casa y te aburres de la vida escuchando un disco de Pereza y mueves los pies y bailas —o lo intentas—. Llegas a casa y piensas que la gente de fuera es muy estúpida y tú también, tú más. Y entonces, de repente, como si fueras tú el que llevas el destino pegado a los dedos, como se te enredan las telarañas en la selva, así, de repente, escuchas Si quieres bailamos y luego recuerdas todo, y todo son los amigos que ya no son, las chicas que ya no son chicas y tú... otra ves tú y las mismas ideas estúpidas de querer o no, de soñar o no, de aventura o tedio, de risa maldita o tristeza, de ella o ella...
Entonces piensas que no hay nada más que el disco que gira y gira en el aparato y el humo yéndose por la ventana y tú mismo intentando agarrarte al humo y huir e intentar ser algo en esta ciudad—¡ser algo!—, algo como la contaminación y formar parte de la ciudad en sus alturas y enredarte en torres y caer. Finalmente, caer. Y ser pegamento en las ruedas, mierda entre los surcos de las ruedas. Y otra vez contaminación.
Siempre contaminación, nunca vida limpia, nunca historia clara de niño bien con dinero y nobia; siempre niño drogata mentiroso, creyente no creyente y muerto alguna noche entre tantas putas, tantas putas...