Ahí estaba Ribas vendiéndonos los "tangos" y los chupetes, y fiándolos, por supuesto. De dónde iba a sacar la plata para sus lujos si no. A su lado, como no, los que queríamos que nos fie otro día, sin pagar lo anterior; menos mal que él sabía que nosotros no le engañábamos, éramos pobres...
Salazar, José, Jorge... estos,yo y más, siempre amarrados a esa pelota de trapo que no botaba en el encementado del patio de esa escuela bendita donde me enseñaron todo lo que nunca aprenderé. Cosas sobre la vida...
Y claro, no podía faltar Campuzano, el presidente de la clase, aunque yo lo desbancara, él podía beberse una cocacola y comer un arroz con pollo todos los día, yo, en cambio, podía quitarle los malditos 50 cent. a mi madre para completar el dolar y me diese para esos lujos.
Ahora que miro atrás me doy cuenta de que nunca debí salir de ese paraíso; éramos pobres, sí; pero teníamos el compañerismo que teníamos. Volví a ese pueblo, todos habían cambiado(¿o era yo?), muchos no estaban. En la calle encontré a varios, ni los saludé ni me saludaron, solo Loyola, Campuzano y Luchitanga.
Pobre, pobre... no sé por qué me viene esa palabra a la cabeza, si la verdad es que no todos lo eran, lo digo lo eran porque yo sí tenía el plato de arroz trez veces al día. Tampoco es que fueran excesivamente pobres, pero la palabra me come la cabeza desde dentro.
Cómo nos quedaban las manos después de la bendición del <
Volvería a ese paraíso, pero no sé si sigo siendo el mismo chabal que salía a pescar con sus amigos y se apostaba 25 centabos en cualquier partidillo de voleyball que armaba con sus amigos.
Volvería a darle a la pelota de trapo y escupir en la tierra para que no se levante el polvo.